01 diciembre, 2005

Es como el hermanito que nunca quise tener

Ayer fui a ver una película con un amigo a quien llamaré "Carpy", porque ese es su nombre. Sin tomar en cuenta la correlación positiva entre puntualidad y crecimiento económico citada de manera delirante por el otro roommate, llegamos a la sala de cine faltando sólo unos minutos para que empezara la película. La razón de este retraso sin duda puede describirse como de fuerza mayor: mientras esperaba que el amigo pasara por mí quedé cautivada por una serie de invesgación policial que presentaba el caso de una mujer que fue ENGULLIDA y posteriormente ESCUPIDA COMPLETA Y CUBIERTA DE BABA por una serpiente Pitón, mientras tomaba el sol en Miami, no podía dejar de mirar, era uno de los mejores momentos televisivos que presenciaba desde que descubrí el programa: "Cirugías Plásticas que salieron mal".
Una vez en el cine, nuestro comportamiento sólo podría ser dramatizado por Mr. Bean, perdí mi boleto, procedí a vaciar el contenido de mi bolsa ante la estuperfacta chica de los boletos: una manzana, maquillaje, un teléfono, llaves, un libro, una barrita de avena con piña, pinzas para las cejas, un folleto de turismo cultural, bloc de notas, pluma fuente, lentes para leer, lentes para el sol, una lista del súper, pastillas para la garganta, chicles, un portavasos robado del sushi, el gafete de mi trabajo, pañuelos desechables con florecitas, recibos de mi últimas 74 compras, mi cartera, mi cartera anterior por si había olvidado poner algo en la cartera nueva, fotos de la infancia, etc. Ante el escaso éxito de esta empresa Carpy se dirigió a buscar mi boleto en la taquilla y en la dulcería mientras yo descubría que estuvo en la bolsa de mi pantalón todo el tiempo. Carpy contuvo su primer instinto asesino de la noche.
Siempre he sido una persona terriblemente crítica del comportamiento ajeno en una sala de cine, la primera en reprobar a los espectadores ruidosos, sean abuelitas asustadas porque va a salir el tren de la pantalla o niños pequeños demostrando cualquier tipo de emoción, tengo incluso amigas con las que finjo otros compromisos antes que ir con ellas al cine, porque sé que tendrán un comentario que no puede esperar a que se prendan las luces, sé que no podrán evitar aportar algo tan relevante como: "ves, sí está super flaca, pero creo que le ví celulitis". Una vez dentro de la sala procedí a apagar mi teléfono como lo haría cualquier ciudadano responsable, la película transcurría apaciblemente mientras Carpy emitía un *crunch crunch crunch* al engullir sus nachos *crunch crunch crunch*.
Diez de la noche: la alarma programada de mi celular, venciendo la orden de silencio, resonó por la sala: *cou couuu cou couuu*, *crunch crunch crunch*, *cou couuu cou couuu*, busqué torpemente en la oscuridad el botón de apagado *cou couuuu*.
9 minutos después: no era el botón de apagado, era el botón "posponer", *crunch crunch crunch*, * cou couuu*, *crunch crunch* *cou couuuuuuuuuu *, encontré el botón de apagado y tomé la sabia decisión de guardar el celular en la bolsa del pantalón para encontrarlo rápido en caso de una emergencia similar.
Momentos después: el celular se desliza de mi bolsillo al suelo por un hueco entre los asientos, el pánico me invado, mi teléfono, mi bebé ... ¡CARPY SÁLVALO!, Carpy se arrastra infructuosamente bajo mi asiento y el de los vecinos, después de momentos de angustia decide llamarlo con su celular y seguir la luz. Decido apagarlo de una vez por todas, no seremos humillados otra vez.
Momentos después: un ruido agudo se escucha en el asiento de al lado, el celular de Carpy se activó con el movimiento y está sonando desesperadamente, procedo a voltearme con severidad y emitir un sonoro Shhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh, acompañada de una genuina mirada de desaprobación.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Si a esas no vemos, la semana pasada fui con un chico aleman al cine. Para no causar una mala impresión y confirmar la hipotesis de la relación causal entre puntualidad y desarrollo económico, llegue temprano a la cita. El llegó 20 min. tarde y en bici. Nos fuimos caminando hasta el cine, paseando su bici. Llegamos al cine media hora antes de la función y amablemente me dijo, "¿Quieres tomar algo antes de entrar?" a lo cual yo obviamente respondí que si. En ese momento saco una botella de vino de su mochila y un saca corcos y empezamos a "tomar algo" en la calle y después, cuando era hora de entrar (cabe recalcar que entramos gratis, por que el muchacho en cuestión tenía pase de prensa)entramos con la botella.Para cuando terminó la película, y nos terminamos el vino, aquella idea, que en principio me pareció de una indigencia increible, terminó pareciendome la mejor idea desde el 86...

Anónimo dijo...

Ves, yo tenía razón!!!!!!!!
tenía que haber una causa exterior que explicara mi impuntualidad!!!!

Uff..Que bueno...el problema no soy yo!.
Creo que haré mi trabajo final de América Latina sobre este tema.

DIN

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