10 octubre, 2006

La fiesta Patria

Jordi Soler

Para celebrar las pasadas fiestas patrias, el consulado de México en Barcelona puso en marcha el arriesgado proyecto de soltar un grupo de mariachis en La Rambla, ese paseo emblemático, y turístico hasta la desesperación, que atraviesa de arriba abajo el casco antiguo de la ciudad. La idea, que se cumplió al dedillo, era que los mariachis empezaran a tocar canciones en la fuente de Canaletas, al principio del paseo, y que fueran bajando y tocando, como esos músicos que acompañan al hombre que va bebiendo y cantando, lastimado por los desaires de un querer. La cosa empezó bien, con trompetas, violines y guitarrones a todo trapo, y una asistencia mixta compuesta por mexicanos nostálgicos, y turistas de todos los países europeos que mostraban abiertamente su asombro, y su desconcierto.

Entre los mexicanos nostálgicos destacaba un joven entusiasta que iba envuelto en el lábaro patrio y a otro más mayor, también envuelto, pero con el lábaro del Cruz Azul. ¿Quién demonios inventó la palabra lábaro?, ¿cómo llegó hasta Barcelona una bandera del Cruz Azul? También destacaba un señor calvo que iba agarrándole la mano a la cantante, una mariachi (lo escribo así puesto que la i posee cierta neutralidad genérica) menuda y ojiviva, que contrastaba con su admirador espontáneo que era ojiturbio y que le iba diciendo "mi chiquita", "mi chiquita", y ya bien mirado me di cuenta que era ruso, un ruso que durante diez minutos de piropos fue un mexicano ejemplar que le hablaba bonito a la muchacha y cantaba La Negra en ruso y a todo pulmón. El contingente de mariachis avanzaba con dificultad, eran las ocho de la noche de un viernes, el rush hour en La Rambla, y la gente, mexicana y no, trataba de hacerse un lugar para ver el espectáculo. Los músicos iban exultantes, sobre todo a la hora de interpretar El Rey (la primera de las seis veces que la cantaron) y autodecirse esas líneas balsámicas: "No tengo trono ni reina, ni nadie que me comprenda, pero sigo siendo el rey". El rey de La Rambla, pero también, por el gesto que traía cada uno, el rey de Barcelona y el de España; eran un grupo de reyes, con su reina y su príncipe ruso, que dirigían al colectivo de curiosos como flautistas de Hamelin.

Como los toqueteos del ruso al robusto antebrazo de la mariachi comenzaron a ponerme nervioso, deambulé alrededor del fenómeno y vi que casi todos les hacían fotos a los músicos y también descubrí que casi ninguno de los turistas europeos entendía que se trataba de una fiesta mexicana. La mayoría pensaba, porque esos días también se celebraba la fiesta mayor de Barcelona, que los mariachis y su música eran un arte típico de Cataluña e incluso vi a un par de turistas ucranianos pidiendo unos sombreros de mariachi en una tienda de souvenirs. El trayecto que iba a durar quince minutos, duró hora y media porque la multitud quería volver a oír, por sexta vez, El mariachi loco. La fiesta desembocó en la Plaza Real y ahí el cónsul dio el grito, otro acto que fue tomado por unos turistas húngaros como típico de Cataluña, "en Barcelona la gente grita viva México", deben haber llegado contando a Budapest, y para probarlo habrán mostrado su video del viaje; y lo mismo debe haber pasado con el montón de turistas que se fue de ahí pensando, con fotos para probarlo, que los mariachis en realidad son de Barcelona. Después del grito me fui de ahí, me alejé de los reyes de España, de la reina de Rusia y su príncipe, de los sombreros y los guitarrones, y de los lábaros bárbaros.

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