15 marzo, 2006

O como las llamaba en la pubertad: Rosita y Fresita

Una de los deportes favoritos, además de ver American Idol, que Justo Chispa y yo realizamos en pareja, es la asistencia a bodas. Este año y el pasado, al parecer acelerados por el calentamiento global, todos nuestros conocidos decidieron súbitamente casarse, lo que nos ha dado la oportunidad de asistir a todo tipo de bodas: de día, de noche, en la gran ciudad, en provincia, en el cerro, en el monte, en Otatitlán, Ver., de primavera, de invierno, de verano, de salón, de jardín, etc., etc., etc., bla, bla, bla.
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Cada una de las bodas está dotada de su propia personalidad, el tío borracho, las mujeres desesperadas que te entierran las uñas enmedio de la frente para ganar el ramo y el típico accesorio bizarro: la mariposa a soltar cuando llega la novia, la fuente de cocholate, el coche antigüo en el que los novios entran al salón y, claro, el frutal centro de mesa. Lo único que toda esta experiencia me ha aportado, además de una cata de chilacuiles a altas horas de la mañana, es la certeza de que si un día me caso, la boda tendrá el tema: Johnny Cash.
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Hace tiempo tomé la decisión de no adquirir más vestidos de boda, que, acompañados por el adecuado malzapatito, chal, bolsa, accesorios, peinado, manicure y la renta de pareja, pueden causar serios estragos en mi economía de soltera, enfocada principalmente a la adquisición de: bonitas cosas de bonitos y brillantes colores.
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Ante mi decisión de no comprar vestido sólo quedaban tres opciones: repetir (esta opción incluye una bolsa de papel en la cabeza), ir desnuda (esta opción incluye una persecución por aldeanos con antorchas encendidas) y remorear bonitos atuendos de mis amistades.
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En mi, cada vez más dividido círculo social, cuando piensas en vestidos de boda, siempre piensas en Rebeca, no sólo porque tiene un closet lleno de ellos, sino porque viene a tu mente la siguiente conversación REAL que alguna vez sostuvo con una de sus vecinas.
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"Rebeca, tengo una boda pronto, ¿me prestas uno de tus vestidos?"

"Sí claro, ¿Cuál quieres: el Adolfo Domínguez, el Carolina Herrera, el Narciso Rodríguez...?"

-Súbita e intrigada interrupción:

"A chi, A chi... ¿LE PONES NOMBRES A TUS VESTIDOS?... No pues a mi préstame un Alejandro Fernández"

(fin de la disgresión)
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El Adolfo Domínguez me quedaba a la perfección, pero tenía un corte tal que dejaba la espalda totalmente descubierta, haciendo imposible el uso de cualquier tipo de sostén convencional, así que decidí acercarme a Palacio de Hierro y discutir con la paciente vendedora mis opciones, todo esto acompañada de una de mis primas, no precisamente conocida por su sutilidad y para la cual humillarme en público al parecer no representa ningún tipo de dilema moral.
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La vendendora me condujo a una vitrina repleta de accesorios unicamente destinados a sostener tus bubies de las maneras mas diversas: silicón, más silicón, soportes rígidos, bandas adhesivas y plegarias de chamanes de una tribu tropical (no, no la mía). Por motivos de precio y por ser los que menos me intimidaban me decidí por unos curiosos adhesivos que funcionan de la manera siguiente, y cito a la encargada:
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"Tomas un seno, los subes con tu mano, pegas el adhesivo arriba del pezón y jalas hacia arriba, hacia tu cuello, pegas el adhesivo lo más arriba que puedas y básicamente hace que cuelguen para arriba, posteriormente cubres el pezón con otro adhesivo en forma de florecita".
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Mi prima al ver mi expresión que denotaba que mi vida entera pasaba por mis ojos, decidió tomar el mando de esta empresa y hacer las preguntas que consideró prudentes. ¿Y cuál fue la primer pregunta que consideró prudente? ¿QUÉ SE LE OCURRIÓ PREGUNTARLE A UNA PERFECTA DESCONOCIDA QUE SÓLO INTENTABA GANARSE UNA COMISIÓN?
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"Oye, disculpa, pero ¿y si tiene las bubies peludas? ¿no va a ser doloroso cuando se lo quite?
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Adquirí el dispositivo mientras la joven mujer se retiraba al baño a vomitar sus entrañas y debo reportar con alegría que resultó de lo más exitoso, todo permaneció en su lugar durante la noche e incluso Justo Chispa no sólo no estaba alarmado, estaba feliz cuando percibió la complicada maniobra, feliz porque ahora tenía otra costumbre curiosa que relatar en Alemania, cuando llevara de muestra a su nativa, junto con unos mangos.
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Es importante encontrar al hombre adecuado, aquel que esté contigo en las buenas en las malas, como cuando expulsaron a Garreth de American Idol, que sostenga tu mano cuando nazca tu hijo y te diga que está ahí, para tí, cuando tengas que pegarte las bubies hacia arriba.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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