05 abril, 2006

La mujer que tenía los pies feos

No me referiré ahora a mi reciente visita al podólogo, sino a mi encuentro con Jordi Soler, autor de dicha obra. En una conferencia en Barcelona, el tal Soler, comentó que a lo largo de toda su trayectoria como escritor ha hecho el esfuerzo de no ser catalogado como un escritor mexicano, con todos los estereotipos y expectativas que esto conlleva. No quiere decir esto que reniegue de su condición de mexicano (de padres catalanes, que ha vivido fuera del país mucho tiempo, pero mexicano al fin), pero se niega a admitir que el haber nacido en Veracruz, “rinconcito donde hacen sus nidos las olas del mar”, condicione su vida como escritor.
No hace falta ser escritor, ni ser renegado, para negarse a aceptar las “raíces” que te tocaron. Citando a Amin Maalouf “las raíces se entierran en el suelo, se retuercen en el barro prosperan en las tinieblas; tienen al árbol cautivo desde que nace....A los árboles no les queda más remedio que resignarse, necesitan tener raíces; los hombres no. Respiramos la luz, codiciamos el cielo, y cuando nos hundimos en la tierra es para pudrirnos...los pies sólo nos sirven para andar (y esta vez sí me refiero a mi, la mujer que tiene los pies feos). Lo único que nos importa son los caminos. Ellos nos llevan: de la pobreza a la riqueza...Nos prometen, nos transportan y, luego, nos abandonan. Y entonces nos morimos, igual que nacimos, a la vera de un camino que no habíamos elegido”.

Todo esto me vino a la mente mientras leía “Orígenes” de Maalouf a la orilla del mar, en esta ciudad a la que mis pies feos me trajeron, y en la cual quisiera permanecer tanto como me sea posible, pero no tanto como para que me salgan raíces.

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